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Cuque Sclavo: El tipo "sin una estantería fija"

Autora: Alfa Segovia




«En lo de hacer memoria, lo más aterrador es lo que queda afuera. Como en el boxeo: la derrota, en la memoria, son los golpes que se yerran.»
(Sclavo, 2010: 210)
El autor elegido tiene muchas características que justifican su presencia en esta convocatoria: no se atuvo nunca a las reglas; fue un transgresor nato; comunista en la época de la dictadura, con dos hermanos —los dos mayores— tupamaros, presos muchos años. Su madre decía, irónicamente, refiriéndose a él: «Este es el único que me quedó suelto».

Polémico

En su libro autobiográfico Desde el paraíso, se retrata a sí mismo como una personalidad «difícil»; su propia familia le dice, además de Cuque, «el loquito». En ese libro cuenta las peripecias de su vida, sus afanes, sus luchas; sus múltiples empleos; sus aspiraciones, amores y desamores. Indudablemente, recupera con especial sensibilidad a los que quiere, pero en cuanto a sus enemigos, o al menos a los que no lo favorecieron, los condena con una especial «motosierra» empleada diestramente y de la que los susodichos no pueden escapar de ninguna manera.
Cuando rememora su primer trabajo en La Madrileña, se refiere a sí mismo como «falto de estantería»:
Desde el quinto piso, mientras hacía mis preparatorios del liceo nocturno, ascendí al décimo, donde tuve como jefe a un levantador de pesas del Club Neptuno, cuadrado como un raviol y poderoso como un gladiador, que me cobijó bajo su ala sin importarle que yo fuese un intelectual, pese a todos los resentimientos que abrigaba contra la gente de mi condición. Le resultaba cómico, cosa que me defendió durante toda mi vida. Y también ser un tipo sin una estantería en la cual colocarme. Para los escritores era un humorista; para los humoristas, un tipo del teatro; para los del teatro, un coso de café concert que laburaba con Manolo Guardia, quien a su vez no era un músico clásico, sino un humorista, y para los humoristas, un músico ocurrente. Y así, siga el corso, como si fuese todo un juego de cajitas chinas o esas muñequitas rusas. (Sclavo, 2010: 82)
De personalidad multifacética, escribió crónicas humorísticas —su mayor destaque—, pero también libros que recibieron premios, guiones para radio y televisión, letras de murgas, candombes, canciones de cuna y avisos publicitarios. Además, fue un excelente promotor cultural, en una época en la que no existía ninguna carrera u oficio que se denominara así. En la Montevideo de hoy, donde la identidad sociocultural necesita aún más desarrollo, entendemos que la difusión de un autor como Jorge Cuque Sclavo sería fundamental.
En la década del ochenta, recién restablecida la democracia y recomenzando mi carrera, después de muchos y variados tropiezos, encontré algunos incentivos para seguir adelante. Uno de ellos, quizás de los más señeros, fue un programa de la tarde de radio Sarandí, La Revista Sarandí, una miscelánea cultural amena y variada conducida por Lil Betina Chouhy en la que Sclavo leía textos propios y de otros autores. Allí nació mi adhesión a su particular estilo: sarcástico, tristón, melancólico e hiperbólico, pero siempre efectivo. Los textos que él seleccionaba tenían ese sesgo: Crónicas de El Hachero, de Julio César Puppo y prologado por el propio Sclavo; textos de Pangloss, seudónimo de otro escritor no muy divulgado, Julio Rossiello; otros de Felisberto Hernández, amigo y compañero de trabajo en la Imprenta Nacional y tampoco difundido en esos años.



La Imprenta Nacional, donde Cuque Sclavo y Felisberto Hernández fueron compañeros de trabajo y entablaron amistad (foto de mi archivo personal).

Lo primero que me llegó del autor, decía —después vendrían sus libros—, fue la divulgación cultural que Sclavo hacía en radio, a través tanto de lecturas como de comentarios de los textos.
A partir del ya referido Desde el paraíso, cuaderno de bitácora, se pueden tender múltiples líneas de trabajo que, entiendo, deben investigarse y documentarse; debido a la extensión exigida para esta ponencia, no se podrá abarcarlas todas.

El tipo «sin una estantería fija» en la familia y en el barrio

El libro Desde el paraíso comienza con un relato de Tito —el hermano mayor— sobre la actividad que desarrolló su madre en Tacuarembó. Esta evocación se presenta a través de un texto, «El perchero», que escribió Aída Armán de Sclavo —madre de Cuque— en un taller literario y donde plantea una ubicación espacio‑temporal al comienzo del relato («Fue por el año treinta y dos que nos fuimos a vivir por Caridad y Millán»).
El perchero de referencia, que primero fue columpio de los tres hermanos Sclavo en su infancia, fue hecho por su padre, don Adolfo, a partir de una horqueta de uno de los tres paraísos que estaban en la vereda frente a su casa en la calle Caridad, y enlaza la historia familiar con la vida en el barrio en la primera mitad del siglo pasado:
A pesar de lo precario de la vivienda, había algo muy hermoso y eran las tres ventanas a la calle, tres árboles de paraíso y enfrente un «palacio» (así lo llamaban en el barrio), que no era más que una casa de tres pisos que terminaba en una torre con mirador. («El perchero», Aída Armán de Sclavo, en Sclavo, 2010: 7)
Con respecto a la calle Caridad, aporta este dato:
La calle Caridad, hoy en homenaje a un médico del barrio que destinaba un día a la semana a atender gratuitamente a los pobres, se llama [hoy] Fiol de Perera [sic]. (Sclavo, 2010: 9)

Caridad 1406 (de mi archivo personal).

En más de una oportunidad, en otros textos, vuelve sobre el nombre de la calle:
Desde entonces, el Hombre nombra y nombra las cosas hasta que un día se aburre y les inventa otra denominación. Por ejemplo, a algunas con nombres hermosos como Caridad se lo cambiaron por Alejandro Fiol de Pereda, quien en realidad se llamaba Fiol de Perera. Fue un médico abnegado que atendió gratuitamente a sus pacientes pobres, y estoy seguro, hubiese sido más caritativo con la calle Caridad. (Sclavo, 1994: 100)
En cuanto al origen del título del libro, comenta:
La casa de la calle Caridad 1406 tenía tres balcones, tres hermanos y tres árboles de paraíso que nos daban sombra, perfume y otra cosa que ningún árbol me dio jamás: cobijo. Efectivamente, cuando ya estábamos suficientemente preparados como para enfrentar este valle de lágrimas, sobre todo yo, que fui y sigo siendo muy llorón, nos colgaban la cunita de una rama del paraíso, el que estás más hacia Millán, donde finaliza el repecho de la calle Caridad que comienza en Arroyo Grande. De esa rama pendía un Sclavo Armán cada cuatro años menos dos meses. (Sclavo, 2010: 12)
Su madre es quien parece hacerle a cada uno de los hermanos Sclavo un «libreto» donde les señala su destino en la vida, de acuerdo con sus habilidades personales: para el mayor, las ciencias; para el del medio, operario; y para Cuque, «el loquito», que según ella «vive en las nubes», su destino sería «poeta morto di fame». Sin embargo, el multifacético Cuque no fue exactamente un «poeta morto di fame». Así lo afirma él:
En cuanto a mí, supe tener siete vidas como los gatos de este hemisferio, y me gustaría tener nueve como los del Norte. Pero durante esas siete vidas hice todo lo que quise. Escribí de todo, desde avisos publicitarios hasta candombes, letras de murga, novelas, obras de teatro y TV, guiones de cine, e incluso canciones de cuna para mis nietos recién nacidos. Todo publiqué, menos poesías. (Aunque tengo un ropero lleno de ellas, tal cual le confesaba a un médico, aquel loco por las tortas fritas, pero se irán a la tumba conmigo.) (Sclavo, 2010: 15)
También se refieren a Cuque Sclavo como «el tipo sin una estantería fija» muchos de sus amigos; por ejemplo, el escritor Luciano Álvarez, quien durante la presentación del libro 50 años al santo bleque, realizada en Pocitos Libros en 2009, dice:
Jorge y el Cuque. En 1976 entré a trabajar en Discodromo Sarandí, de Rubén Castillo. Era el sueño del pibe: jugar con los cracks que admiraba a través de la radio. El Cuque era el goleador. Yo era fanático del «Quiosco del Cuque, leyendo las grandes revistas internacionales», particularmente cuando traducía aquellas críticas de cine del Times o del Nouvel Observateur. Ni que hablar de los «cuentos de biógrafo».
Cayó al estudio el día que cumplía 40 años. Yo iba a cumplir 27.
Primero conocí al Cuque y fui reconstruyendo, entre caña y fainá, en el Chenlo, la biografía de Jorge Sclavo:
Había sido libretista de La Pensión 64, un programa de humor de Jorge Cazet y Antonio Seti del que yo era fanático desde pibe; además, un primo mío hacía bolitos en el programa, que para mí era lo más cercano a la fama que había en la familia.
Era el director de Misiadura, que yo leía, y no sólo eso: la había ido a ver al teatro: Misiadura al poder.
Otro ejemplo del reconocimiento de sus múltiples facetas es este, del escritor Hugo Burel, en ocasión de su muerte, el 31 de julio de 2013:
Chau, Cuque. El pasado 31 se murió Jorge Cuque Sclavo, en el último rollo de la película, acaso para zafar de esa imagen que él había acuñado alguna vez cuando decía de alguien: «Tiene cara de morir en el primer rollo». Con esa ocurrencia de cinéfilo describía a aquellos sin suerte o condenados por el destino. Cuque sabía mucho de cine, en especial del norteamericano del 40 y 50, y cuando lo conocí, promediando la década del 70, me dio un curso rápido sobre las películas que tenía que ver y los actores que debía observar de esa época de Hollywood. Su disertación sobre Humphrey Bogart la acompañó con un repaso de todos los tics faciales de Bogey y la culminó con el típico gesto de sobarse el lóbulo de la oreja con el índice y el pulgar. El cursillo lo desarrolló en su casa del barrio Reducto, con su perro Samuel echado a sus pies.
Por supuesto que también hablaba de literatura, de tango, de jazz; contaba anécdotas humorísticas y lo hacía con un histrionismo muy de entertainer, no de actor. En una época en la que por acá nadie hacía stand up, Cuque lo practicaba sin alardes, pero con una delirante secuencia de temas. Después iba a descubrir que, pese al bigote o la barba tupida que usaba, tenía algo de Jack Lemmon. Cuando lo conocí era director y actor teatral, libretista radial, letrista de murga, crítico de cine y teatro, y un humorista que había comenzado en Peloduro y seguido con Misia Dura, nada menos. Además, era un escritor con novelas publicadas y premiadas. También era redactor publicitario.
Sugerimos algunas posibles líneas de estudio: las relaciones familiares (figura materna, paterna, filial), las mudanzas, los barrios, el cine, el teatro, la música, el tiempo y su devenir, los amores, los desamores, amigos y enemigos.
Sus crónicas costumbristas fueron su mayor destaque y son muy adecuadas para acercar a los estudiantes a usos y costumbres de la época que hoy se han ido perdiendo o han cambiado. De lo publicado —sería muy interesante poder recopilar más notas del autor desperdigadas en diarios y revistas—, los profesores podrían elegir, entre una variedad enorme de temas de amena lectura, textos adecuados para la reflexión, como por ejemplo:
·         De 50 años al santo bleque: «Zaguán en bleque y verde» (p. 7); «La vieja historia del “Tengo que…”» (pp. 37‑39); «Según pasan los años» (pp. 52‑54); «Historial de la basura» (págs. 64‑66); «Ojo con la cerradura» (pp. 139‑141).
·         De Los bleques del Cuque: «Retrato al bleque de una extraña pareja hecho por Oriana Falacci, y donde se implica a una inocente» (pp. 135‑139).
·         De El quiosco del Cuque: «Diálogo de perros» (pp. 5‑9); « ¿A quién es parecido el nene?» (pp. 47‑51); «Toc‑toc, ¿se puede?» (pp. 83‑87); «Maridosoloenlaciudad [sic]» (pp. 133‑136); «Hablando de casas que hablan» (pp. 147‑151); «Jorge Sclavo se despide» (pp. 173‑176).

Amistades

Una línea de estudio muy recomendable es la de sus amistades, muchas de ellas originadas en sus actividades (radio, televisión, teatro, cine, editoriales, literatura). Dos de las más entrañables fueron la que desarrolló con Felisberto Hernández en la Imprenta Nacional, donde fueron compañeros de trabajo, y la que tuvo con Mario Levrero. Otra amistad interesante fue la que lo unió al pianista Manolo Guardia; con él hacían espectáculos que mezclaban piano y humor, desarrollados con gracia y solvencia sin igual. Se dice que se llevaban tan bien que bastaba con que uno de los dos iniciara un chiste, sin ensayo previo, para que el otro lo rematara graciosamente. Vale la pena ver el vídeo de Inéditos, de Luciano Álvarez, donde ambos hablan del Maracanazo (se encuentra en la página de Facebook del grupo Las blogueras del Cuque, con fecha 16 de julio de 2018).

 

Textos, vídeos y fotos para propuestas de trabajos descriptivas o narrativas

  • El cuarto de los tres hermanos Sclavo:
Finalmente estaba el cuarto de los tres hermanos Sclavo. Y adentro, una cucheta de lapacho hecha por don Adolfo, que era pintor finalista, pero que sabía hacer de todo. «Menos nenas», decía mi madre, y él le retrucaba:
—Eso no está comprobado. A lo mejor sos vos la que no sabe.
Abajo dormía yo y tenía como techo una tabla de madera sobre la que dormía, por los problemas de columna experimentados en su desarrollo, mi hermano mayor, entonces, Ñato, aunque tenía un naso regular y al que sólo le faltaba pelo en las uñas y los dientes. Aquella tabla fue más tarde el confesor de todas mis fantasías y el absolutor de mis primigenias experiencias masturbatorias.
En la pared opuesta dormía Paco. Era una cama que también construyó mi viejo y que durante el día era un enorme cajón que colgaba de dos ganchos adosados a la pared. Ese cuarto lo recuerdo cada vez que veo el de Gene Kelly en Un americano en París. (Sclavo, 2010: 10‑11)

Louis Jourdan (izq., tomada de internet) 
y Cuque Sclavo (der., de su archivo familiar)

  • Texto: «A mí me hubiese gustado pasar las vacaciones en el Festival de Punta del Este con Joan Fontaine, mi novia de la pantalla, sobre todo después de que las muchachas de la clase me decían que yo era patente patente Louis Jourdan, su galán de Cartas de una enamorada, aquella hermosura que filmó Max Ophuls. Era la iniciación de los festivales de cine de Mauricio Litman en la península cuando su más excelsa gloria, cuando aún no se sabía que Punta del Este era argentina, o preferíamos ignorarlo» (Sclavo, 2010: 64; el destacado es nuestro).
  • Para plantear una de las múltiples facetas del escritor de letras: «Cuando robaron la luna» (candombe), de Enrique Almada y Cuque Sclavo, grabado por Grupo del Plata. Disponible en: ‹https://www.youtube.com/watch?v=89xdRyfnJyI›.
  • Un texto serio y muy sentido, ideal para estudiar y ampliar el tema de la amistad que se originó en la Imprenta Nacional con el escritor Felisberto Hernández: «Prólogo para un prólogo dedicado a un Felisberto compañero de trabajo» (Sclavo, 1993: 7‑8).

Otros recursos electrónicos

  • «Las blogueras del Cuque», grupo de Facebook. Allí se encuentran las páginas de Luciano Álvarez y de Hugo Burel dedicadas a Sclavo cuando falleció. Disponible en: ‹https://www.facebook.com/groups/lasbloguerasdelcuque›.

Índice de autores

Álvarez, Luciano. Artículo en Wikipedia: la enciclopedia libre. Disponible en: ‹https://es.wikipedia.org/wiki/Luciano_%C3%81lvarez_(escritor)›.
Burel, Hugo. Artículo en Wikipedia: la enciclopedia libre. Disponible en: ‹https://es.wikipedia.org/wiki/Hugo_Burel›.
Chohuy, Lil Bettina. Ficha en autores.uy: la base de datos de autores de Uruguay. Disponible en: ‹https://autores.uy/autor/1564
Hernández, Felisberto. Artículo en Wikipedia: la enciclopedia libre. Disponible en: ‹https://es.wikipedia.org/wiki/Felisberto_Hern%C3%A1ndez›.
Levrero, Mario. Artículo en Wikipedia: la enciclopedia libre. Disponible en: ‹https://es.wikipedia.org/wiki/Mario_Levrero›.
Puppo, Julio César («El Hachero»). Artículo en Wikipedia: la enciclopedia libre. Disponible en: ‹https://es.wikipedia.org/wiki/Julio_C%C3%A9sar_Puppo›.
Rosiello, Julio «Panglóss». En: Leonardo Rosiello Ramírez, «Cambio de estrategia», Gazeta de la A a la Z. Disponible en: ‹http://gazeta.gt/cambio-de-estrategia›.

Bibliografía de Jorge Cuque Sclavo

Sclavo, Jorge. Los bleques del Cuque. Montevideo: Editorial Monte Sexto, 1988.
—. El quiosco del Cuque. Montevideo: Monte Sexto, 1991.
—. Almanario. Montevideo: Editorial Relieve, 1993.
—. Cuque contraataca. Montevideo: Fin de Siglo, 1994.
—. 50 años al santo bleque. Montevideo: Ediciones El Galeón, 2009.
—. Desde el paraíso. Montevideo: Fin de Siglo, colección Vidas, 2010.

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