Autora: Silvia Viroga
Aura de Carlos
Fuentes es una nouvelle en la que el erotismo, la seducción, la magia, unidas a
la idea de trascendencia y del amor hacia el otro y hacia la propia belleza, se
entretejen de tal modo que amerirtan el siguiente juicio de Juan Goytisolo:
“Cuando Carlos Fuentes publicó su novela breve titulada “Aura” sus
lectores de entonces la juzgamos una obra rematada, perfecta: suficiente,
redonda, definitiva”Estas palabras de Goytisolo demuestran, no solo el
éxito obtenido por esta obra de 1962, sino el por qué del mismo.
El
atractivo de la nouvelle y su “perfección” estriban en la presentación de
tópicos, elementos simbólicos y una particular estructura. Es desde cualquiera
de estos aspectos que la obra puede ser abordada . El tópico del amor más
poderoso que la muerte es el eje en torno al cual gira la trama narrativa. Esta
tiene como protagonistas a dos mujeres, Aura y Consuelo, la primera engendrada
por la segunda a través de la magia que se ejerce en una
casa-laboratorio-matriz y a dos hombres, Felipe y el coronel Llorente.
La
anécdota de la nouvelle es aparentemente simple. El joven historiador Felipe
Montero lee un anuncio en el períódico que parece escrito para él: se solicita
un historiador que hable perfectamente el francés y sea joven. La primera vez
que lo lee no se presenta, pero acude al día siguiente porque el anuncio vuelve
a aparecer pero, esta vez, el sueldo ha aumentado mil pesos tentadores. Esto lo
lleva a presentarse en una casa habitada por dos mujeres, Consuelo (muy vieja)
y Aura (muy joven) y por una coneja llamada Saga. La vieja Consuelo busca a
alguien con las características mencionadas en el anuncio para que viva en su
casa mientras pule estilísticamente y completa los folios que contienen las
memorias inconclusas de su marido muerto sesenta años antes.
Obviamente
el amor nace entre el joven Felipe y la joven Aura, tal como nació años atrás
entre el general Llorente y su bella esposa Consuelo. Esta es, supuestamente,
tía de Aura, personajes ambos misteriosos, que atraen pr diferentes motivos a
Felipe y que ejercen sobre él un influjo especial, casi una especie de
hipnosis.
Al
final de la nouvelle el lector descubre, al igual que Felipe, que Aura es solo
el punto final de su destino que lo lleva a sustituir y a transmutarse en el
esposo muerto de Consuelo a través de la relación amorosa con Aura quien no es
otra cosa que la proyección de una Consuelo joven y, al mismo tiempo, la
derrota de la esterilidad. La joven es concebida por la vieja, quien, al no
poder engendrar biológicamente (la imposibilidad de tener hijos la ha
enajenado) lo logra mágicamente gracias al poder de ciertas plantas que
descubre en su juventud. Aura es, pues, Consuelo. Como dice Mario Mendoza
refiriéndose a este personaje:
En
las últimas hojas de las memorias de Llorente (…) sobresalen las descripciones
de Consuelo y sus actos mágicos. Allí
se encuentra la razón por la cual ella se convierte en hechicera: la esterilidad. Al no poder concebir materialmente, su
capacidad partenogénética se concentra
con gran fuerza en la procreación espiritual. Para ello Consuelo se ayuda de las extrañas plantas solanáces, y he aquí la
razón por la cual Aura viste
simbólicamente de verde: su aparición en el jardín es la prueba del vínculo
existente entre la hechicera y la
naturaleza.(1999, p.33)
Esta anécdota presenta varios atractivos que pueden ser abordados en el
momento de un trabajo aúlico con el texto. En primer lugar el mundo de la
magia, de lo maravilloso, que linda con
el universo de los cuentos de hadas o con relatos de diferentes épocas y
autores que plantean la búsqueda de la eterna juventud . En segundo lugar, la
conexión que podría establecerse con más de un universo cinematográfico, ya que
la revelación de la verdad se produce recién al final mientras la narración avanza en medio del
suspenso y el misterio y con un extraño narrador en segunda persona que oficia
de cámara manipulada por un hábil director. En tercer lugar, la
intertextualidad que conecta esta nouvelle con otros textos que bien pueden
constituír un eje temático en el curso.
De
estos ejemplos de abordajes posibles, elegimos centrarnos en la estructura de
la nouvelle porque ello implica trabajar el plano simbólico y la particular
forma de narración de esta obra.
La
nouvelle lleva por título epónimo el nombre femenino “Aura” cuyos significados,
según el Diccionario de la RAE, son múltiples. Aura es, en primer lugar, un
viento suave, casi una brisa que se relaciona con la forma como el personaje se
mueve y aparece y desaparece en el relato. Sus movimientos resultan, muchas
veces, casi imperceptibles y su permanenente vestimenta verde parece asimilarla
a una hoja movida sutilmente por la brisa. En segundo lugar, el nombre alude a
la atmósfera de irrealidad que circunda a algunos seres. Es, a veces, la
manifestación del alma; quienes la estudian sostienen poder fotografiar el
aura. El movimiento que mencionábamos como acompañante del personaje hace de
ella un ser casi irreal. Hasta cuando se la toca la posesión se parece más al
sueño que a la realidad. Lo onírico es, por otra parte, la atmósfera que
sobrevuela toda la nouvelle. Por último, aura es el nombre que corresponde a un
ave rapaz americana que se caracteriza por su pelaje negro (Aura tiene cabello
negro) y por el mal olor que despide ya que se alimenta de carroña. El
personaje femenino no huele mal, pero debe su “vida” al casi cadáver que es
Consuelo.
El
erotismo, la seducción que se desprenden de Aura y que enamoran e hiponotizan a
Felipe contrastan con el deterioro casi asexuado de la vieja Consuelo que,
según los cálculos de Felipe, tiene más de cien años.
Ambos
personajes femeninos están trabajados por similitud y oposición, constituyendo
uno de los tantos quiasmos que
estructuran la obra. El narrador dice de
Aura cuando Felipe tiene o cree tener una relación íntima con ella:
Alargas
tus propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo (…) No puedes verla en
la oscuridad de la noche sin
estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel más suave
y ansiosa, tocas en sus senos la flor entrelazada
de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides palabras (p. 36)
Ese
cuerpo joven y hermoso, casi como el de una niña, se transforma luego en un
cuerpo maduro en el momento de la segunda unión (¿o sueño?):
…
la mujer, repetirás al tenerla cerca, la mujer, no la muchacha de ayer: la
muchacha de ayer -cuando toques
sus dedos, su talle – no podía tener más de viente años; la mujer de hoy – y acaricies su pelo negro, suelto,
su mejilla pálida – parece de cuarenta; algo se ha endurecido, entre ayer y hoy, alrededor de los ojos verdes (…)
como si alternara, a semejanza de
esa planta del patio, el sabor de la miel y el de la amargura (p. 46)
La última descripción que hace el narrador de un cuerpo coresponde al
de Aura / Consuelo, o mejor dicho, Consuelo / Aura. En el momento final en que
Felipe, creyendo ausente de la casa a la vieja y habiendo sido citado en la
habitación de esta por Aura, cree unirse a esta última, el naarrador dice:
…besarás la piel del rostro sin pensar, sin distinguir: tocarás esos senos
flácidos (…) el pelo blanco de
Aura, sobre el rostro desgajado, compuesto de capas de cebolla, pálido, seco y arrugado como una ciruela cocida: apartarás
tus labios de los labios sin carne que has estado
besando, de las encías sin dients que se abren ante tí: verás bajo la luz de la
luna el cuerpo desnudo de la vieja, de
la señora Consuelo, flojo, rasgado, pequeño y antiguo, temblando ligeramente porque tú lo tocas, tú lo amas, tú has
regresado también (p. 60)
En ese juego de espejos, en ese quiasmo al que aludíamos, Felipe es
ahora Llorente, las dos parejas se funden en una sola. Consuelo logra engendrar
vida siendo estéril, su vejez convive
con la juventud de Aura al punto de ser vistas juntas por Felipe, Aura pasa en el transcruso de poco más de un
día del cuerpo juvenil de los veinte años, al maduro pero aún pleno de los
cuarenta para devenir en el “antiguo” de Consuelo quien promete a Felipe: “Volverá,
Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré
regresar”.
Si todo es posible, lo es gracias a la condición de hechicera de la
anciana y gracias a la magia de las plantas con las cuales se elabora el “vino
verde” que bebe Felipe y que lo mantiene en ese estado de ensoñación que le
impide, cada vez más, distinguir el plano real del onírico.
La
condición de hechicera de Consuelo se refuerza con las características de la
habitación donde la ve Felipe habitualmente. Se trata de una suerte de
santuario donde se mezclan imágenes de santos sufrientes y demonios que gozan,
donde reina una oscuridad que no logran vencer las velas encendidas
permanentemente y en el que abundan los frascos con líquidos de colores
diversos al igual que en un gabinete de alquimia. A ello se suma la presencia
de animales que guardan relación más o menos directa con la magia: la coneja
llamada significativamente Saga, es decir, “hechicera”, símbolo de la
fertilidad y los ratones que pululan junto al arcón donde se guardan los folios
de las memorias inconclusas (al igual
que el relato) del general y que Felipe deberá redactar. El ratón, según Cirlot, posee un claro
sentido fálico, pero en su aspecto peligroso; representa la enfermedad y la
muerte y es, además, asimilado al demonio.
La
casa donde transcurren los hechos reúne a tres presencias femeninas: Consuelo
(nombre obviamente significativo), Aura y Saga (estos dos con el significado
que ya vimos) lo que contribuye a dotar a este espacio de un profundo sentido
simbólico. Es no solo el gran útero, la matriz donde la juventud y la belleza
se recuperan aunque sea en forma efímera, sino el lugar de la hechicera y por
lo tanto el sitio del aquelarre.
Mario
Mendoza en su estudio ( 1999,ob.cit) llama la atención sobre el epígrafe o
acápite [1] de la obra:
El
hombre caza y lucha.La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de
los dioses. Posee la segunda
visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación.... Los dioses son como los
hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer.
Este
texto pertenece a La bruja de Jules Michelet del año 1862 y no es casual
que inicie la nouvelle, pues desde el comienzo se ubica al lector en un ámbito
de magia y hechicería donde las coordenadas temporales se encuentran
alteradas y el espacio se desdibuja en
una permanente ocuridad casi total en la que Felipe se orienta por el tacto, el
olfato y el oído, más que por la vista.
En
Terra nostra el propio Carlos Fuentes plantea lo siguiente: “… somos
espectros del tiempo, y nuestro presente contiene el Aura de lo que antes
fuimos y el Aura de lo que seremos cuando desaparezcamos”.
Consuelo es una hechicera que conoce los secretos de la hechicería y
por eso la nouvelle sigue, en su estructura, el ritual mágico que realiza la
anciana. Comienza por invocar y atraer a Felipe Montero ( quien al igual que el
resto de los personajes posee nombres significativos) [2] a través del anuncio del
periódico y logra reternerlo en la casa gracias a encantamiento y seducción y a través de los sacrificios e inmolaciones
de los gatos y el macho cabrío. El gato aparece directamente relacionado con
Consuelo a través de un episodio que narra el general Llorente en sus memorias:
Un
día la encontró, abierta de piernas, con la crinolina levantada por delante,
martirizando a un gato y no supo
llamarle la atención (…) lo excitó el hecho, de manera que esa noche la amó con una pasión hiperbólica(p. 39)
El macho cabrío, corresponde a Aura:
La
encuentras en la cocina, sí, en el momento en que degüella un macho cabrío: el
vapor que surge del cuello
abierto, el olor de sangre derramada, los ojos duros y abiertos del animal te dan náuseas: detrás de esa
imagen, se pierde la de una Aura mal vestida, con el pelo revuelto, manchada de sangre, que te mira sin
reconcerte, que continúa su labor de carnicero
Como parte del ritual mágico se producen las “nuptiae sabbati”, entrega
sexual que constituye el momento principal de la ceremonia y conduce al juego
cíclico de los dobles: Felipe / Llorente, Aura / Consuelo.
Todos
los hechos que hemos venido analizando hasta aquí son narrados por un narrador
cuya identidad genera incertidumbre. ¿Quién narra? El relato se desarrolla en
una segunda persona que oculta o, por lo menos, genera dudas sobre la identidad
del sujeto de la enunciación y evidencia una performatividad implícita:
La
puerta cede al empuje levísimo de tus dedos, y antes de entrar miras por última
vez sobre tu hombro (…) Tratas, inútilmente de retener una sola imagen de ese
mundo exterior indiferenciado. Cierras el zaguán detrás de tí e intentas
penetrar la oscuridad (…) puedes oler el musgo, la humedad de las
plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso.
El personaje ha cruzado el umbral para realizar su viaje iniciático y
vital. Un mundo se clausura definitivamente detrás de él para permitirle la
entrada, sin salida ya, al mundo de la magia, la hechicería, el erotismo, pero
¿quién guía en el relato sus pasos? Emile Benveniste sostiene que:
La
conciencia de sí no es posible más que si se experimenta por contraste. No
empleo “yo” sino dirigiéndome a
alguien, que será en mi alocución un “tú”. Es esta condición de diálogo la que es constitutiva de la persona,
pues implica una reciprocidad que me torne “tú”
en la alocuación de aquel que por su lado se designa “yo” (2004, p. 181).
“Tú”,
por lo tanto, puede llegar a significar “yo. Si Felipe es el doble de Llorente,
entonces cabe la posibilidad de que Felipe se desdoble, en una especie de
monólogo interior, de inconsciente-conciencia del rol que le depara la entrada
en esa casa y la segunda persona corresponda, se confunda con la primera. En la
misma línea, es igualmente probable que la voz narrativa que relata en un
presente también inquietante porque alterna con un futuro y da idea de pasado,
pertenezca al general Llorente que guía a Felipe hacia su lugar en el juego de
hechicería.
No
tienes tiempo de detenerte en el vestíbulo porque Aura, desde una puerta
entreabierta de cristales opacos,
te estará esperando con el candelabro en la mano (…) Entras, siempre
detrás de ella, al comedor.
Ella colocará el candelabro en el centro de la mesa; tú sientes un frío húmedo. (…) Los
gatos han dejado de maullar.
Nada
puede precisarse con nitidez, ni las situaciones ni el tiempo, ni la voz. El uso de diferentes tiempos verbales no
empaña la sensación de la preencia de un imperativo disimulado que se instala
en un presente. Tal como señala Araceli Alemán (2016, p. 207) el uso del
imperativo como tal, se impondria claramente sobre la persona de Felipe, pero
el ocultamiento del mismo es propio del conjuro: para poder ser efectivo no
debe aparecer desembozadamente como imposición. Según Alemán:” es la
musicalidad del texto lo que viene a reforzar la idea de que la narración es un
conjuro: “Escuchas el golpe sobre la puerta, la campana detrás del golpe, la
campana de la cena”.
Son
significativas las palabras del propio Fuentes en una entrevista realizada para
Vanguardia
(2012):
el
presente “es el lugar donde se dan cita los tiempos, el pasado ocurre ahora y
el futuro también. Eso
hay que entenderlo, si no, no se entiende la literatura (…) El tiempo es el que
creamos nosostros, el tiempo
es siempre presente.
Los
manuscritos del esposo de Consuelo que Felipe debe redactar, no solo revelan el
pasado de la pareja Consuelo / Llorente, sino que actuarían también como un
conjuro dictándole al joven los pasos a seguir para poder restaurar el amor y la juventud perdida. En
tal sentido es significativo el uso del verbo “recordar” cuando Felipe escucha
por vez primera la voz de Consuelo: “Señora -dices con una voz
monótona, porque crees recordar una voz de mujer”. (p. 14)
Cabe
también la posibilidad de que la voz narrativa corresponda a la anciana e
incluso a Aura, su creación.
Sea
como sea, lo cierto es que ninguna de estas lecturas es excluyente. Santiago
Rojas (1980, ps. 4-5) sostiene que los personajes de esta nouvelle son, en
realidad, “la dimensión solitaria e interior de uno de ellos”.
Dice al respecto:
Una
admirable historia de amor, sublime y macabra, que se desarrolla y centra en la interioridad de un solo personaje: la
enloquecida doña Consuelo, viuda de Llorente (…) Por una parte, ella crea en su imaginación a Felipe, pero acto
seguido se distancia de él, otorgándole
una aparente independencia y dotándole de características que, aunque propicias al fin por ella anhelado, poseen a
la vez un admirable y vívido tono realista. La autonomía
de Felipe, aunque ilusoria, es absolutamente necesaria en el plan urdido por la
anciana.
Podriamos continuar adentrándonos y profundizando en el riquísimo
universo de la nouvelle, pero eso extendería nuestro trabajo en exceso. Hasta
aquí hemos pretendido mostrar algunos de los aspectos posibles a trabajar. Los
colegas, sin duda, encontrarán otros. Todo es cuestión de atreverse y
transgredir el canon.
[1]Epígrafe: del griego “inscripción”. Refiere a
una cita o sentencia que suele ponerse a la cabeza de una obra científica o
literria. Acápite: del latín “desde el principio”. Epígrafe o texto
breve, posterior al título que aclara el contenido del artículo que encabeza.
(RAE)
[2]Felipe, etimológicamente significa “amigo de los caballos”, pero es
también el nombre dado a Jesús por la hechicera en los aquelarres franceses en
el momento en que esta mostraba que su poder sobrepasaba al de Cristo. Montero
significa “el que caza y lucha” y puede remitir al epígrafe en cuanto nace y
muere sobre el pecho de una mujer
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