Un recurso didáctico para el abordaje de la temática de la violencia de género
Autoras: Mariana Márquez y Alejandra Merglen
Como
ciudadanas y como docentes, no somos ajenas a la creciente preocupación frente
a los hechos criminales relacionados a la violencia de género que continúan
acumulándose en la crónica roja y la percepción de que, como trasfondo de esta
problemática, muchas ideas establecidas y conductas habituales en nuestra
sociedad instalan la violencia hacia la mujer en el ámbito de la
cotidianidad, aspecto que nos resulta
especialmente alarmante. Se entiende por violencia
de género cualquier acto violento o agresión por parte del hombre que actúa
bajo la idea de que el género femenino es inferior, débil y, por tanto, objeto
de dominación y/o apropiación, ya sea que dicho acto violento tenga o pueda
tener como consecuencia un daño físico, sexual o psicológico, tanto en el
ámbito público como en la vida familiar o personal, considerando que este tipo de actos resultan
un atentado contra la integridad, la dignidad y la libertad de las mujeres.
En Uruguay se realiza una denuncia por violencia de
género cada catorce minutos y han ocurrido veintitrés femicidios hasta junio de
2018. Estas son cifras que encierran un
profundo drama social y que nos
exhortan a no permanecer omisos y a
trabajar sobre este tema, sea cual sea el lugar que ocupemos, para poder
revertirlo. Desde
la convicción de que el texto literario debe ser un pretexto para instaurar un
espacio de reflexión sobre los diferentes temas que atañen al ser humano y una
oportunidad para promulgar valores y crear conciencia en base a ellos en las
mentes ferrmentales de nuestros alumnos, es que surgió la necesidad de abordar en el aula el tema de
la violencia de género con una intención
pedagógica.
En la búsqueda de recursos que permitan un trabajo de
esta temática desde nuestra asignatura, nos pareció justificado transgredir los
límites que impone el amplio pero igualmente canónico programa de Literatura de
1° de Bachillerato. Llevamos a la clase el cuento “El revólver” de la escritora
española Emilia Pardo Bazán, a sabiendas de que su inclusión en nuestra planificación
anual implicaba la transgresión del canon como listado establecido y, en su
sentido esencial, como visión masculina del mundo y del hecho literario. De los
más de cuarenta autores que se proponen en el programa, solo cuatro son
mujeres. Por supuesto, esto no resulta extraño si lo comparamos, en principio,
con los programas de Literatura de los otros grados y, desde una perspectiva
general, con el lugar de la voz femenina en el canon literario. Todos sabemos
que en los ámbitos de la cultura, se ha naturalizado históricamente un papel
secundario y, muchas veces, invisibilizado de la labor femenina.
Con
nuestro trabajo, simplemente nos gustaría compartir esta experiencia didáctica
que ha resultado una oportunidad para plantear en clase el cuestionamiento
acerca del alcance que pueden tener determinados comportamientos muy
naturalizados en varios sectores de la sociedad, generando una forma de
violencia solapada, tan silenciosa como peligrosa por su potencialidad y su
forma de filtrarse dentro de los límites de lo “aceptado”.
¿Por qué la elección de Emilia Pardo Bazán?
Múltiples son las obras literarias que nos brindan la
oportunidad de trabajar el tema de la violencia de género: Otelo de W. Shakespeare en el que los
celos enfermos y obsesivos devienen en el femicidio de Desdémona; Casa
de muñecas de H. Ibsen donde una mujer luchará contra los estereotipos
impuestos como mujer y madre para alcanzar su irrevocable necesidad de ser ella
misma; o El pozo de Juan Carlos
Onetti en el que el acto aberrante de la
violación se hace presente.
Atendiendo a las exigencias programáticas
para primer año de bachillerato que enmarcan nuestro trabajo dentro de la
literatura española, comenzamos a investigar en algunos textos en los que esta
problemática social se hiciera presente, y así nos encontramos con el cuento
“El revólver” de Emilia Pardo Bazán, tan perfecto, tan conmovedor, tan vigente.
Nos pareció enriquecedor, no solo abordar el tema de la violencia de género
desde la óptica de una escritora mujer, sino también plantear en clase el
cuestionamiento acerca del escaso lugar que han tenido históricamente las
mujeres en el ámbito de las letras y de
la cultura en general, problematizando este hecho como una forma de violencia
de género de tipo simbólica: la violencia ejercida a través del silenciamiento,
la desvalorización, la falta de generación de espacios y medios para que la voz
femenina se manifieste, la censura, la imposición del rol doméstico y maternal
como exclusivo, acaparando la totalidad del tiempo, la productividad y hasta el
sentido mismo de la vida.
Recabando
información para este trabajo, nos encontramos con una cita de Rosalía de
Castro, destacada feminista intelectual, coterránea y coetánea de Emilia Pardo Bazán, que creemos
resume el sentir de esas mujeres escritoras del siglo XIX que no fueron lo
suficientemente reconocidas ni valoradas en su momento por una cuestión de
género: “Antes de escribir la primera página
de mi libro, permítase a la mujer disculparse de lo que para muchos será un
pecado inmenso e indigno de perdón, una falta de que es preciso que se sincere.
Bien pudiera, en verdad, citar aquí algunos textos de hombres célebres que,
como el profundo Malebranche y nuestro sabio y venerado Feijoo, sostuvieron que
la mujer era apta para el estudio de las ciencias, de las artes y de la
literatura. Posible me sería añadir que mujeres como madame Roland, cuyo genio
fomentó y dirigió la Revolución francesa en sus días de gloria; madame Staël,
tan gran política como filósofa y poeta;
Rosa
Bonheur, la pintora de paisajes sin rival hasta ahora; Jorge Sand, la novelista
profunda, la que está llamada a compartir la gloria de Balzac y Walter Scott;
Santa Teresa de Jesús, ese espíritu ardiente cuya mirada penetró en los más
intrincados laberintos de la teología mística; Safo, Catalina de Rusia, Juana
de Arco, María Teresa, y tantas otras, cuyos nombres la historia, no mucho más
imparcial que los hombres, registra en sus páginas, protestaron eternamente
contra la vulgar idea de que la mujer solo sirve para las labores domésticas y
que aquella que, obedeciendo tal vez a una fuerza irresistible, se aparta de
esa vida pacífica y se lanza a las revueltas ondas de los tumultos del mundo,
es una mujer digna de la execración general. [...] Pasados aquellos tiempos en
que se discutía formalmente si la mujer tenía alma y si podía pensar [...] se
nos permite ya optar a la corona de la inmortalidad, y se nos hace el regalo de
creer que podemos escribir algunos libros, porque hoy, nuevos Lázaros, hemos
recogido estas migajas de libertad al pie de la mesa del rico, que se llama
siglo XIX.” [1]
Esas
“migajas de libertad” a las que Rosalía de Castro hace referencia también
fermentaron en el espíritu de Emilia Pardo Bazán y se transformaron en una
prosa muy prolífica (decenas de novelas y centenares de cuentos forman parte de
su obra) que no solo le dio un lugar destacado en la narrativa española del
siglo XIX, sino que también la colocó en la historia como pionera de una
literatura que manifiesta la crítica
hacia una sociedad patriarcal y la denuncia sobre la desfavorable situación de
la mujer. Tuvo la suerte de tener un
padre con una mentalidad muy avanzada para la época que la incentivó en la lectura
desde niña y le dio el mejor consejo que Emilia aprehendió con fervor: “Mira, hija mía, los hombres somos muy
egoístas y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y
las mujeres no, di que es mentira porque no puede haber dos morales para dos
sexos.”[2].Bajo este lema, obtuvo logros muy
significativos: fue la primera española que ejerció como catedrática
universitaria, la primera periodista profesional de su país, la principal
ideóloga del feminismo apenas naciente en el siglo XIX.
No obstante,
el peso de la sociedad de su época cayó sobre sus hombros. Por supuesto, le fue
vedada la posibilidad de cursar estudios universitarios durante su juventud.
Cuando introdujo en la narrativa española elementos del Naturalismo, fue
tildada de snob y acusada de afrancesamiento. Las recriminaciones que le
hicieron sus afamados colegas cuando publicó el libro La cuestión palpitante
en 1883, reuniendo una serie de ensayos en defensa y difusión del Naturalismo
en España, le valieron incluso el fin de su matrimonio. El crítico Luis Alfonso
que era contemporáneo escribió: “¿Cómo una buena madre de familia, esposa y
dama honesta puede ser naturalista? ¡Horror! Esta señora honorable, además, se
complace en salpicar sus escritos literarios de
palabras de baja estofa y en exponer algunos
pormenores de obstetricia en su novela más reciente.”[3] La descripción pormenorizada de un parto, las escenas
de lactancia, así como las vivencias de la sexualidad en sus personajes femeninos fueron motivo de
un duro rechazo por parte de sus colegas y de gran parte del público
lector. Como escritora y como mujer,
recibió censuras y burlas de todo tipo por parte de sus detractores que
coincidían en la idea de que “Esta mujer es mucho hombre”.[4]
Pero tal vez el mayor desprecio fue hecho por
la Real Academia Española que negó tres veces su candidatura para integrar el
plantel exclusivamente masculino de treinta y seis académicos, hecho a la que
la escritora aludía con ironía y humor diciendo: “Si es
porque las reuniones de la Academia son para contar cuentos verdes, yo también
los cuento, y no son menos graciosos”.[5]
Conservadora en cuanto a aspectos religiosos y
políticos, siempre firme como católica y monárquica, toda la rebeldía de Emilia
se centró en su vocación feminista y fue una visionaria que proyectaba con
optimismo los futuros logros de la lucha por la equidad. Escribió en 1904 que “el movimiento
feminista es la única conquista totalmente pacífica que lleva trazas de obtener
la humanidad.”[6] Defensora a ultranza del
derecho a la educación por parte de las mujeres, atacará con feroz vehemencia a
todas aquellas que, acatando el mandato patriarcal, asumen como natural un rol
secundario que las condena al ámbito doméstico y a la total dependencia con
respecto al marido: “¿Ejercer una
profesión, un oficio, una ocupación cualquiera?¡Ah! Dejarían de ser señoritas ipso
facto (...). Quédense en la casa paterna, criando moho, y erigidas en convento
de monjas sin vocación: viendo deslizarse su triste juventud, precursora de una
vejez cien veces más triste; reducidas a comer mal y poco, a sufrir mil
privaciones, para lograr sus objetivos en que fundar su única esperanza de
mejor porvenir. Primero, que tengan carrera los hermanos varones y puedan
"hoy o mañana" servirlas de amparo; segundo, no carecer de cuatro
trapitos con que presentarse en público de manera decorosa, a ver si parece el
ave fénix, el marido que ha de resolver la situación (...) La modesta familia
mesocrática escatima los garbanzos del puchero a trueque de que las niñas se
presenten en paseos, teatros y reuniones bien emperejiladas con todos los
aparejos convenientes para la pesca conyugal.”[7]
En muchas escrituras de Pardo Bazán, se puede observar
cómo anticipaba la necesidad de tomar
conciencia con respecto a distintos fenómenos que hoy en día consideramos
distintas manifestaciones de la violencia
de género. Escribió sobre la forma más extrema y brutal de violencia de género,
lo que hoy llamamos “femicidio”: “(…) los
anales de la criminalidad abundan
en
mujercidios, impunes muchas veces por razones espaciosas, mejor dicho por
sofismas que sirven para alentar el crimen. ¿No ven ustedes como prosiguen los
asesinatos de mujeres? No acierto a decir cuánto
más benigno y simpático encuentro al ladrón que penetra en una casa, que mata
de una vez; al asesino emboscado detrás de una esquina, en acecho; al criminal
más caracterizado, que a ese siniestro atormentador, que ejerce de verdugo
tantos años, a la sordina, en la sombra sagrada de los lares domésticos, al
amparo de la sociedad que la entrega a un protector, a un compañero, y que
sancionado el matrimonio no se atreve a asomarse siquiera a la puerta del
domicilio, dentro del cual, sobre seguro y en secreto, se consuma diariamente
el atentado infame.”[8]
Pero también supo
ver esas otras formas de violencia que forman parte del tratamiento de la mujer
como objeto, las agresiones verbales que hoy en día denominamos acoso callejero: Ellas eran
mujeres, seres humanos, que transitan por una calle y que tienen pleno,
absoluto derecho a no ser molestados, a cruzar como los demás transeúntes,
libremente y tranquilamente. La barbarie primitiva, intacta en lo que se
refiere a la mujer, es la única causa de ese acosón (acosador) feroz, inhumano,
que todos los diarios reprueban en términos de energía; pero ninguno se da
cuenta del origen de semejante fenómeno, del espíritu general a que responde.”[9]
Entendió que también es una forma de violencia la imposición de mandatos
que cercenan la libertad de la mujer al no permitirle decidir sobre su cuerpo y
su vida. Escribió, por ejemplo, sobre el derecho de la mujer
a optar por no tener hijos: “Además de temporal, la función (de
la maternidad) es adventicia: todas las mujeres conciben ideas, pero no todas
conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal, que solo se cultive por la
cosecha.”[10]
También reivindicó el derecho
de la mujer a vestir de acuerdo a su gusto y no para complacer al hombre: “Ustedes dicen que visten así por comodidad e
higiene. Pues nosotras, con atender a la higiene y a la comodidad...
despachadas. ¿Qué obligación tenemos de recrearles a ustedes la vista?
¿Somos odaliscas, somos muebles decorativos, somos claveles en jarrón?”[11]
Nuestra intención con estas
citas fue delinear la personalidad y el pensamiento que impulsó su obra,
presentarla como lo que fue: una mujer que transgredió los códigos morales y
sociales imperantes a través de las ideas que manifestaba y a través del acto
mismo de manifestarse. Criticada, polémica, contradictoria… Apenas mencionada y
poco aprehendida en nuestro encorsetado canon. Si la propuesta es hablar de
transgresión, seguro doña Emilia hubiera tomado la palabra de la misma forma en
que lo hizo cuando le permitimos ingresar en nuestras clases.
“El revólver”: Una propuesta didáctica
Publicado formalmente en el libro Interiores
en 1907[12], “El
revólver” es un cuento que presenta la técnica de la narración enmarcada como
una forma muy acertada de ofrecer una presentación descriptiva del personaje de
Flora desde la óptica de un narrador-personaje que, sin conocerla previamente,
destaca la fuerte impresión que produce su aspecto deteriorado, evidenciando
una experiencia de sufrimiento que se relata luego a través de su voz de
protagonista, en un extenso discurso en estilo directo que la sitúa en el rol
de narradora de la historia principal que da título al texto.
En la narración que funciona como marco,
este narrador-personaje, del cual no tenemos ningún dato, refiere al encuentro
espontáneo y luego a la charla amena y profunda con Flora. “En un acceso de
confianza, de esos que provoca la familiaridad y convivencia de los
balnearios...”Antes de mencionarla por su nombre, el narrador-personaje de
esta primera historia alude a ella como “la
enferma del corazón” y enumera los síntomas de su patología en un fragmento
de corte naturalista, muy común en el estilo de Emilia Pardo Bazán, quien solía
mostrar un interés particular por todo lo relacionado a la medicina. El narrador-personaje de esta primera historia
se sintió intrigado/a ante el estado de salud y la imagen envejecida y
demacrada de esta mujer de unos treinta y seis años. Por esto, con la
clara intención de “arrancar
confidencias”, utiliza la observación de un elemento del paisaje como
disparador de un clima reflexivo, intimista y emocional: las hojas caídas de
los plátanos convocan un sentimiento de melancolía que da pie a la confesión de
una primera enseñanza que ha dejado el dolor, presentada en forma enigmática en
un principio: “Nada es nada… a no ser que nosotros mismos convirtamos esa
nada en algo”.
Con una descripción bastante detallada, el
narrador-personaje repara en varios rasgos de ese “radical abatimiento”
que hace “suponer que hubiese algo más allá de lo físico en su ruina”: “su
hermosura borrada y barrida”, sus “canas precoces”, sus facciones
marchitas, su tez que “revelaba esas alteraciones de la sangre que son
envenenamientos lentos”, sus ojos extraviados y con cierto aire de locura.
La imagen física aparece aquí como una consecuencia directa del padecimiento
emocional, una evidente somatización de la angustia que ha vivido.
En medio de silencios y suspiros profundos,
de esos que señalan lo doloroso que resulta
expresar y, de esa forma, revivir tanto sufrimiento, Flora toma la
palabra como narradora de su historia, asumiéndose como víctima de violencia
por parte de su esposo Reinaldo, fallecido hace más de diez años. El
narrador-testigo se coloca en la posición del confidente y, por su
actitud compasiva, genera
la confianza necesaria como para que Flora abra su confesión a un desconocido/a
que, desde su anonimato y su ajenidad, aunque pueda parecer contradictorio,
favorece la posibilidad de
la libre expresión. Esto de sentirse más libre, menos juzgada y más comprendida
al hablar con un extraño/a es muy característico de las mujeres que confiesan
haber sido o ser aún prisioneras de un círculo vicioso de violencia.
Como tantas otras, fue una historia de amor
que comenzó con un período de felicidad - “el año delicioso de la luna de
miel”- para luego transformarse en una pesadilla constante de la que nunca
pudo despertar. Los celos son señalados como el motivante del enorme cambio en
la relación, como también sucede a menudo: “unos celos violentos,
irrazonados, sin objeto ni causa, y, por lo mismo, doblemente crueles y
difíciles de curar”. Reinaldo planteó que su amor y sus celos
permanecerían, pero quería evitar esas “amargas
escenas de costumbre”. Le enseñó un arma que guardaba entre sus cosas y le
dijo que no volvería a reclamar ni exigirle explicaciones: “(…) Libre eres,
como el aire libre. Pero el día que yo note algo que me hiera en el alma…, ese
día, ¡por mi madre te lo juro!, sin quejas, sin escenas, sin la menor señal de
que estoy disgustado, ¡ah, eso no!, me levanto de noche calladamente, cojo el
arma, te la aplico a la sien y te despiertas en la eternidad. Ya estás
avisada...” Su planteo es una cruel amenaza disfrazada de propuesta de
conciliación. Implica una tortura psicológica constante que, además, fue eficaz
como estrategia de control y mecanismo de sometimiento: “y víctima de un
terror cada día más hondo, permanecía inmóvil, no atreviéndome a dar un paso.
Siempre veía el reflejo de acero del cañón del revólver.”
Luego de cuatro años viviendo en este
infierno, la muerte accidental de Reinaldo podría suponer un alivio. Sin
embargo, aparece otro aspecto frecuente en las víctimas de violencia familiar:
el vínculo afectivo que los une a su victimario. “Entonces, solo entonces,
comprendí que le quería aún, y le lloré muy de veras, ¡aunque fue mi verdugo, y
verdugo sistemático!” Flora supo que
el arma nunca estuvo cargada cuando ordenó al criado que la sacara de la
habitación. Incluso supo que Reinaldo ni siquiera mostró interés en comprar las
balas. El cuento se cierra con estas palabras de Flora: “...un revólver sin
carga me pegó el tiro, no en la cabeza, sino en mitad del corazón, y crea usted
que, a pesar del digital y baños y todos los remedios, la bala no perdona...”
En términos que manejamos hoy en día,
podemos identificar en el texto un caso de violencia psicológica y simbólica
contextualizada en un sistema patriarcal que imponía a la mujer un rol de
sumisión en el matrimonio, una vida de opresión constante. Cuando planteamos
estos conceptos en clase y abrimos un espacio de reflexión intentando vincular
el texto con nuestra realidad, lo primero que los estudiantes distinguen es
que, a pesar de la distancia histórica, se presentan aquí situaciones que son
aún muy vigentes. Por otro lado,
destacan como agravantes en la historia
la extrema rigidez del patriarcado en esa época que volvía
incuestionable el poder de mando del esposo o,
incluso, la diferencia de edad entre Flora y Reinaldo
(ella tenía diecinueve y él casi cuarenta
cuando se casaron) que
intensifica aún más la imagen autoritaria del varón en la relación. Si bien es
importante que aprecien cómo esos agravantes ejercen su influencia, nos
interesa que logren observar esos aspectos que, en plena vigencia, permanecen
naturalizados y son parte del status quo de nuestro sistema que sigue siendo
patriarcal.
Reparamos puntualmente en la forma en que se
inicia el ejercicio de la violencia, de forma casi imperceptible, con la excusa
de esos celos constantes que se quieren transfigurar como una forma de amor
cuando en realidad son mecanismos de control y aislamiento de la víctima que
van acaparándolo todo y afectando el estado emocional de la persona violentada:
“Privada de mis inocentes distracciones; separada ya de mis amigas, de mi
parentela, de mi propia familia, porque Reinaldo interpretaba como ardides de
traición el deseo de comunicarme y mirar otras caras que la suya, yo lloraba a
menudo...” Este aspecto del texto nos permite instalar el tema de la violencia
en el noviazgo, dando lugar al autocuestionamiento y a la toma de conciencia de
que los actos violentos se filtran en las mismas bases de una relación cuando
se ejerce opresión a través del control
de horarios, actividades, imagen, expresiones, vínculos sociales ya sea
presenciales o virtuales. Nos parece fundamental darle relevancia a la
identificación a tiempo de estas primeras señales que anuncian un perfil
violento, insistir en la necesidad de cuestionarnos qué aceptamos o qué
esperamos que el otro acepte y si subyace o no un ejercicio de violencia en esa
aceptación; en definitiva, intentar aproximarnos a la posibilidad de relaciones
sanas que construyan un mañana menos agresivo.
Creemos que nos encontramos en un momento de profunda crisis de valores,
en el que muchas veces la familia no constituye el espacio en el que estos se
transmiten. Los docentes nos vemos enfrentados al deber casi ético de generar un ámbito, que tal vez sea el único
en la vida de nuestros alumnos, para que puedan conocer e incorporar las pautas
que posibilitan vínculos de convivencia basados en el respeto y el buen trato.
Si consideramos que nuestra tarea nos involucra con el desarrollo integral de
los jóvenes desde una visión esperanzadora, aspirando siempre a contribuir
desde nuestro lugar a la transformación favorable de la sociedad en la que
vivimos, estamos optando por colocarnos en un lugar muy distante al de meros
transmisores de conocimientos. Estamos optando por ser parte de una educación
con un valor significativo en la vida social y emocional de nuestros alumnos.
Y, aunque esta elección pueda resultar más compleja - porque detrás de cada
adolescente hay una historia familiar que muchas veces no conocemos -, sabemos
que, al tratar temas tan acuciantes como la violencia de género, nuestra labor educativa transgrede los límites de lo
programático para intentar dejar una
huella en la fibra más íntima de lo que somos.
Bibliografía
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Blanqué,
Andrea “Emilia Pardo Bazán: una voz gallega” núm. 378 de La Jornada Semanal
(02/06/02)
·
De
Castro, Rosalía (2005) La hija del mar.
Madrid: Akal.
·
Jurado,
Alicia “Emilia Pardo Bazán” http://www.cervantesvirtual.com/portales/pardo_bazan/obra-visor/emilia-pardo-bazn-1/html/fff5d89e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html#I_1_
·
Noya
Taboada, Ruth “La violencia en los
cuentos de Emilia Pardo Bazán” Tesis de doctorado de Teoría de la Literatura y
Lingüística General, Universidad de
Santiago de Compostela, 2016
·
Paredes Núñez, Juan “El feminismo
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Compostela, 1992.
·
Penas
Varela, Ermitas “Emilia Pardo Bazán”
http://www.cervantesvirtual.com/portales/pardo_bazan/obra-visor/emilia-pardo-bazan-
/html/0017dc0a-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_
[1]La hija del mar, De Castro Rosalía
[2]Extraído del artículo “Emilia Pardo Bazán: una voz gallega” de Andrea
Blanqué
[3]Ídem anterior
[4]Ídem anterior
[5]Extraído del artículo “Emilia Pardo Bazán” de Alicia Jurado
[6]Extraído del artículo “Emilia
Pardo Bazán: una voz gallega” de Andrea Blanqué
[7]Extraído del artículo “El feminismo en Emilia Pardo Bazán” de Juan
Paredes Núñez
[8] Extraído de “Diez textos
feministas de Emilia Pardo Bazán “de Montserrat Barba Pan
[9]Ídem anterior
[10]Ídem anterior
[11]Ídem anterior
[12]La publicación original fue en 1895 en el diario El imparcial
Brillante exposición. ¡Muchas gracias!
ResponderBorrarHola. ¿Qué significa la expresión del cuento "digital y baños"?
ResponderBorrar