Autor: Ignacio Carbia.
En
el mundo de la Literatura, las etiquetas suelen ser algo terrible. Inmovilizan
a autores, obras, movimientos, corrientes y los reducen a vulgares
estereotipos. Ocasionalmente, a meros clichés. Desde que Pedro Juan Gutiérrez
(Cuba, 1950) fue descubierto por el aparato crítico, se lo ha situado dentro
del “Realismo Sucio”. Su Trilogía Sucia parece ya, desde el título,
coincidir con esta clasificación. Pero,
¿qué decir de los contenidos textuales, de la tesis de fondo, si es que
la hay? ¿Qué señalar de su postura política ante eso que borrosamente llamamos realidad?
Este escritor de formación periodística, cae muchas veces en otro lugar común:
el de ser considerado el Bukowski caribeño. Cruel destino para un artista que
legítimamente ha buscado su propio lugar.
La intención de esta breve ponencia
será la de acercarnos -desde diferentes dimensiones- a las características más
sobresalientes del autor desde la creación y evolución (?) de un personaje
problemático y transgresor, Pedro Juan. Problemático desde la propia
delimitación entre realidad y fantasía, en sus vivencias escatológicas, en el
duro contexto de la Cuba de los años noventa. Hay un proceso de desacralización
de la literatura y de la realidad que ha generado diversos choques, concibiendo
al creador como una especie de “maldito” romántico en clave contemporánea. Su
visión desmoralizada -y desmoralizante-, la concepción del macho y su
sexualidad, de la realidad cubana, y de un mundo casi picaresco está fundida en
esta construcción semi autobiográfica.
¿Es esta catarsis el elemento
transgresor en autor y personaje? ¿Qué hay de especial en esta suerte de triste
comedia humana, que nos refleja y polemiza? Ni mucho, ni poco. Al fin y al
cabo, como señala el mismo autor, “tampoco hay que tratar de explicar todo. La
vida es como es”. Y, quizá también, la literatura.
ACERCA
DE LO CANÓNICO: CONFLICTO Y ANGUSTIA.
Harold
Bloom propone el concepto de canon como
un conjunto de obras artísticas que definen nuestra cultura. Los pilares de la
misma se asientan en algunos escritos que se han vuelto autoridades
indiscutibles, y, aparentemente, indestructibles. En una de sus obras más
difundidas, El canon occidental (Bloom: 1995), plantea la posibilidad de
un derrumbe del canon. El origen de esta caída puede ser un cambio en el
paradigma literario. Lo que él llama “la Escuela del Resentimiento”
(feminismos, marxismos, psicoanálisis, etc.) posibilita lecturas que van más
allá (o más acá) del Arte por el Arte.
Plantea el autor:
…
preguntar qué convierte al autor y las obras en los canónicos (…) la respuesta,
en casi todos los casos, ha resultado ser la extrañeza, una forma de
originalidad que o bien no puede ser asimilada o bien nos asimila de tal modo
que dejamos de ver como extraña. (Bloom: 1995, 13)
“Extraño” es como uno se sentiría
luego de leer una obra canonizada. Parece que ésta tiene un efecto mágico, el
hechizo de lo inexplicable vuelve sobre el lector. El problema parece no tener
solución: la magia de la obra radica en que... es mágica. ¿Será esa forma de
extrañeza el carácter rebelde que el arte asume? El protagonista de “El
nido la serpiente” recuerda su
adolescencia: “Me escapaba a la biblioteca. Pero tenía un melánge de lecturas
cruzadas que al parecer no ayudaban a mi salud mental (...) un escape ideal de
toda aquella jodienda”. (Gutiérrez: 2006, 78)
Debemos agregar que una obra “nueva”
puede, en algún momento, convertirse en parte del canon. Pero debe pagar un
precio: el de la originalidad, y, además, cumplir con una particular belleza
intrínseca: “nada resulta tan esencial
al canon occidental como sus principios de selectividad, que son elitistas solo
en la medida en que se fundan en criterios puramente artísticos”. (Bloom:
1995, 32). Aquí Bloom muestra una veta romántica. ¿Criterios “puramente artísticos”?
¿Originalidad? Esto generará un compromiso con el modelo preexistente, en la
medida en que un autor influye en otro. En Literatura, como en muchas cosas,
nada nace de la nada, sino que las experiencias estéticas previas son un
valioso baluarte del que se toma impulso. Señala Bloom: “No puede haber
escritura vigorosa y canónica sin el proceso de influencia literaria, un
proceso fastidioso de sufrir y difícil de comprender” (Bloom: 1995, 17). Ello
genera angustia. De la lucha de lo
nuevo contra lo antiguo, de lo original con la copia, del pionero con el
continuador, etc; que está asociado a un
interés particular por el objeto creado: la búsqueda de lo sublime, de lo
trascendente. Este concepto resulta interesante en función al autor que
trabajaré. Como veremos, él manejará esta angustia en el sentido que maneja
Bloom a partir de Emerson: “el inventor sabe cómo pedir prestado”.
(Bloom: 1995, 21). Volvamos al hijo del heladero:
Para
distraerme se me ocurrió leer las primeras páginas de La metamorfosis de
Kafka. Cerré el libro y me daba miedo hasta tenerlo cerca por la noche. ¡Qué
horror! Me podía convertir en un cucarachón. (Gutiérrez: 2006, 79).
¿Cuál es la necesidad de la
existencia de un canon? Bloom, responde por dos vías, una llamémosle cuantitativa:
la elección. No se puede, a esta altura de la cultura occidental, pretender
leer todo lo publicado, así que hay que elegir. Y la elección estará dada por
un criterio de dudosa comprobabilidad: “lo mejor”. Quiénes y cuándo eligen
estos textos son materia de otra cuestión, más vinculada con elementos de
carácter político, como puntualizará Gutiérrez. La otra vía: “lo único que el canon occidental puede
provocar es que utilicemos adecuadamente nuestra soledad, esa soledad que en su
forma última, no es sino confrontación con nuestra propia mortalidad”. (Bloom:
1995, 40). Según el autor, nada tiene que ver éste con compromisos de carácter
social.
Con respecto al “qué leer”, a la
elección, hay un criterio que me parece muy interesante: una obra sería canónica
cuando es “digna de releer”. (Bloom: 1995). Cuánto ahorro de palabrería
académica, cuánta verdad encerrada en un concepto tan simple, pero tan sólido.
Aunque solipsista por naturaleza, daría problemas a más de un autor consagrado
por el academicismo.
“¿No serán las “malas” palabras hijas del miedo, del
espanto, del trauma?”
Las malas palabras, Ariel Arango.
Llega un
momento en el que el lector debe interrogarse acerca de cuáles son los motivos
por los que un autor es desalojado del olímpico terreno del canon. Teniendo en
cuenta el carácter polifacético del fenómeno literario, las respuestas deben
ser muchas y disímiles. Grosso modo,
y en plan didáctico, pienso en aquel continuum
(superado para muchos, ya) entre forma y contenido. ¿Es la manera de narrar lo
que hace que un escritor como Pedro Juan Gutiérrez sea apartado del Canon? ¿Es
el contenido, la trama de sus narraciones, algo tan alejado del los modelos
preceptivos pautados por los clásicos?
Veamos.
Ha habido una necesidad, por parte del público editorial, de colocar a
Gutiérrez en un patrón taxonómico. La del realismo
sucio funciona como etiqueta que tranquiliza al lector ideal (Fernández
Pimienta: 2015). El término “Bukowski caribeño” obliga al ingenuo lector a
pseudocanonizar a un escritor que todavía no ha leído, pero que ya
pre-construye. Interesante artificio editorial, que cumple con un objetivo para
nada inocente, el de apadrinar a los noveles autores, a los no-canónicos de la
mano de popes literarios. Nos acercaremos a lo desconocido a través de lo
conocido. La función del crítico, editor, y hasta cierto público, colocar en la
mano de los nuevos escritores un Virgilio que les otorgue la justeza del buen
escribir. ¿Es más, o mejor escritor Gutiérrez una vez que se le otorga el
carácter bukowskiano? Al parecer, sí. Al menos, quedará asociado a ese modelo
propuesto por Bloom, el de la relación paternal,
tranquilizando al un lector que parece necesitado de parámetros de lectura.
Como
sea, esta relación autor-autor apriorística no deja de parecer adecuada, aunque
Gutiérrez diga lo contrario (Gutiérrez: 2016), ya que señala en varias
ocasiones no haber leído a Bukowski. Veamos un ejemplo entre muchos. En su
novela “El Rey de la Habana”, describe a una parejita que acaba de conocerse:
A ninguno le molestaba la suciedad del otro. Ella tenía
un chocho un poco agrio y el culo apestoso a mierda. Él tenía una nata blanca y
fétida entre la cabeza del rabo y el pellejo que la rodeaba. Ambos olían a
grajo en las axilas, a ratas muertas en los pies. Todo eso los excitaba. (Gutiérrez: 2017, 55).
Ya en la
Literatura Clásica (y aquí volvemos al tema del Canon) hay ejemplos de este
tipo de estilo literario: Apuleyo, Quevedo, Sade, y un largo etcétera de
escritores canonizados, pertenecientes a la Literatura escrita así, con
mayúscula. Pero hay una matiz en esto: las obras “mayores” de estos autores, son las que menos uso del
lenguaje explícito hacen. ¿Es, acaso, la Nomenclatura y apología del carajo,
la obra más recordada de Acuña de Figueroa? Por cierto que no. En la misma
línea, a veces nos vemos sorprendidos ante textos de grosero cuño que provienen
de escritores canonizados como “cultos”, o superiores.
Y es que
el lenguaje soez parece tener cierta magia, cierto magnetismo. Allí radica la
ambigua emoción que nos embarga ante textos de semejante naturaleza, el tabú de
lo que no se debe decir, porque es a
su vez “sagrado o consagrado, inquietante, peligroso, prohibido o impuro”.
(Arango: 1999, 9). Y no debería haber nada más apartado de lo prohibido que el
canon, puesto que la misma naturaleza y origen de él es ser sagrado y hasta
obligatorio.
En su
interesante estudio sobre el tema, “Las malas palabras”, Ariel Arango (Arango:
1999), señala el carácter placentero y casi hipnótico de este uso de la lengua,
y justamente, hace una referencia, aunque no directa, al canon literario: “no
tenemos el hábito de su lectura en escritos serios y experimentamos una
sensación de turbadora sorpresa, de malestar indefinido, de rechazo, tal vez de
vergüenza y acaso… ¿también de placer?” (Arango:
1999, 11). [El subrayado es mío]. Esa doble naturaleza a la que apunta el autor
argentino es la dificultaría a autores como Gutiérrez en su entrada al Canon. Veamos qué tiene para
aportar al respecto:
…el
que se lea Animal
tropical, sobre todo, va a encontrar escenas sexuales
demasiado explícitas, casi que pornográficas, siempre contextualizadas para que
los profesores académicos acepten esos libros también o no gratuitamente, no es
pornografía gratuita. Pero, en realidad, yo escribo eso por una venganza,
siempre me molestó mucho, he leído miles de libros, por supuesto, y siempre me
molestó mucho que a todos los escritores les apena, tienen miedo al sexo, a
describir el sexo, y es una expresión de nuestra sociedad cristiana, occidental,
judeo-cristiana: el sexo es pecado, la lujuria es pecado. Entonces dicen:
Bueno, fueron a la cama y se desnudaron y se acostaron, punto y aparte. Al día
siguiente, por la mañana…. Entonces la parte sabrosa nadie la escribe, nadie, y
yo, como una venganza, me he dado cuenta ahora, al cabo de muchos años, como
una venganza yo escribo lo que estos escritores... no sé... les molesta
escribir, o no se atreven a escribir. (Gutiérrez: 2008)
Freud
señala en El chiste y su relación con el
inconsciente que: “… concedemos a la cultura y a la buena educación gran
influencia sobre el desarrollo de la represión y admitimos que tales factores
llevan a cabo una transformación de la organización psíquica…” (Freud: 1991, 73) Además de en un
sentido inverso, diría yo. Vale decir: nuestra organización psíquica construirá
discursos de legítima trascendencia, como lo es el canon: el objetivo de la
venganza de Gutiérrez. Así, el placer estético, la conmoción provocada por un
estilo particular es, a la vez, el motivo de censura que pesa sobre él. Como
las dos caras de Jano, debe ser el bueno y el malo de la película frente a la
censura del lector. Ya en la etimología del término “obsceno” hay un vínculo
explícito con la exclusión: es aquello que está fuera de la escena, lo que no
debe ser visto y quizá, ni siquiera sugerido. Y es que el canon es un contexto
sagrado, donde no hay lugar para la obscenidad, ni para la animalidad. Ya lo
habría señalado de manera indirecta Bloom, planteándolo como una experiencia
estética trascendente. (Bloom: 1995)¿Lo son los términos obscenos, en nuestra
concepción cultural?
El
“problema” con estas palabras es que tienen un gran poder de representación
psíquica. Disponen de “un gran poder alucinatorio” (Arango: 1999, 14), en el
sentido de que al escucharlas, el receptor no tiene más remedio que imaginarse algo que, quizá no quería tener
presente, o que no puede tolerar. De ahí el choque con la conciencia moral de
la que hará uso –o no- el escritor de marras. El quid de la cuestión es, entonces, ¿cuál es la medida que debe hacer
uso un escritor en sus trabajos? ¿Debe moderar, acaso, sus obras? Veamos qué
dice al respecto Gutiérrez:
hoy en día a algunos de
mis lectores que se asombran, se asquean, se repugnan, se sienten ofendidos,
detestan mis libros y los consideran obscenos, morbosos y desagradables en
grado máximo. Es la realidad que yo exploro la que es intensamente obscena,
morbosa y desagradable. Cuando me odian los comprendo perfectamente. (Gutiérrez: 2011)
Las “malas palabras” que utiliza generalmente Gutiérrez
tienen una función estética, pero a su vez, también algo oculto. Quizá algo que
no está en la mano, llamémosle “consciente” del autor: la posibilidad de que
éstas, en la visión psicoanalítica de Arango:
…constituyen un auténtico disparador de recónditos
recuerdos y antiguas pasiones. Despiertan el deseo dormido, pero también la
prohibición. Y reviven así, el magno conflicto incestuoso, provocando el trauma
y la alucinación. Por ello no deben escribirse ni pronunciarse jamás. (Arango: 1999, 39).
Así, lo
obsceno se vuelve liberador. Nos encontramos con una narración suelta, sin
tapujos de ningún tipo, que es lo que, en el fondo, infantilmente, buscamos.
Volvamos al texto agresivo, pero no inocente de Gutiérrez: “Hacía días que me
tiraba unos pedos muy apestosos. Solo comía frijoles negros. Y se convertían
rápidamente en pedos hediondos. A toda hora. Yo mismo me asqueaba de aquel olor
a mierda podrida”. (Gutiérrez: 1998, 162).
Claro,
siempre hay un precio que pagar. La sutileza de lo canónico, el “placer” de lo
sugerido se pierde en desmedro de otro terreno, no siempre hollado por culpa de
los censores de turno. ¡Quién sabe qué cosas habrán imaginado los lectores de Madame Bovary dentro de aquel carruaje,
junto a León! Y aquí debemos hacer una observación. El hecho de que la
represión (léase este término de manera psicoanalítica o en forma más genérica)
actúe sobre la obra literaria, no es óbice para que los autores hagan uso y
abuso de temáticas irritantes, aunque de maneras más o menos laxas. En este
sentido, por ejemplo, en el canon de la Literatura Cubana, el manejo de la
sexualidad se vislumbra de manera absolutamente diferente en un Lezama Lima que
en un Gutiérrez. Veamos un fragmento tomado de la novela Paradiso: “No podía
siquier lograr lo que los contemporáneos de Petronio habían puesto de moda, la
cópula inter femora, el encuentro
donde los muslos de las dos piernas provocan el chorro”. (Lezama Lima: 1976,
277). Sin bien ésta es una novela que justamente ha sido problemática en función
de lo que estamos trabajando, las diferencias estilísticas con Gutiérrez saltan
a la vista: nuestro autor se siente hasta cierto punto identificado con el arte
de aquel, aunque con sus limitantes. Podríamos pensar en un Gutiérrez que va
más allá, que se atreve –hasta de manera parricida, al enfrentar a un padre
canónico- a tocar un terreno que estaba vedado para sus predecesores
literarios. Quizá ese terreno que provoca la angustia a la que hacía referencia
Bloom (Bloom: 1995) a la hora de entrar en el terreno de lo canónico. Y ahí
encontramos un mundo de representación diferente al aséptico y frío, un mundo
más “real”, que forma parte de su estrategia narrativa. La manera de enfrentar
lo crudo, la sordidez es un contrato que debemos firmar desde la primera página
con él, aunque, comparto con Fernández Pimienta la idea de que el lector se va
acostumbrando, endureciendo frente a tal bombardeo de información de carácter
íntimo. (Fernández Pimienta: 2015)
En una
entrevista concedida a la TNU (Gutiérrez: 2017) Gutiérrez trabaja sobre algunos
elementos vitales de su obra. La relación de ésta con la sociedad es
conflictiva, porque señala que el mundo de las letras es el de la clase media,
y hablar de la marginación es difícil, y más en estos términos. De ahí su
búsqueda apasionada por el realismo en el que el uso de lo obsceno, de lo
sórdido es un reflejo de este interés por mostrarnos las aristas de una cruel verdad reflejada en la ficción. Su
vínculo con el canon es conflictivo por eso mismo, y expresa que los profesores
universitarios lo discriminan, a la vez que los editores le temen y publican
solo una parte de su obra.
Y es que
según él, no hay un interés en que su obra “parezca” literatura (Gutiérrez:
2008). La formación en periodismo lo ayuda a ser una especie de bestia negra
entre aquellos que pujan (?) por entrar en el canon. ¡Ambiguo mensaje! Hay una
ya trasnochada concepción romántica del malditismo aquí, que tiene mucho que
ver con su protagónico rebelde que se ha convertido en leit motiv: Pedro Juan, que en su exploración de la locura, el
sufrimiento y la vivencia del outsider, llega a una catarsis que podría ser el
resultado de la angustia expuesta por Harold Bloom (Bloom: 1995). Y esto
conlleva un concepto estético que no tiene fácil entrada en el mundo de los
canonizados. En una entrevista realizada
en México plantea que, en Cuba los escritores “literarios” decían que lo que él
hacía no es material literario, por su desvinculación literaria con Lezama Lima
y Alejo Carpentier; que no “era un escritor, sino malamente un periodista”
(Gutiérrez: 2014). Una concepción particular no solo del periodismo, sino
también de la literatura no ya canónica sino literatura a secas.
¿Cuáles
son las fuentes de la narrativa de Gutiérrez? Básicamente, señala que todo es
reflexión sobre lo vivido. La “vida” es el material en bruto que le sirve de
base para la creación de sus mundos literarios. Volvemos a lo catártico, a
la búsqueda de una salvación por medio
de las letras. La escritura de su Trilogía
Sucia se da en un ambiente desolador, en la Cuba de los años 90, post caída
de la Unión Soviética. El rey de la
Habana es otro texto interesante, donde el protagonista lucha en un
ambiente picaresco por sobrevivir. Y, precisamente, lo que vemos aquí es el
retorno de un clásico: la novela picaresca vuelve en Rey y sus compañeros de
desventuras. Aparece la brutalidad de la sordidez, la complejidad psicológica
de un narrador que contrasta con la descripción casi animal de algunos
personajes, y en la ecuación autor-lector, hay una constante búsqueda de
confundir la frontera borrosa de la
realidad y ficción.
DE PEDROS JUANES Y OTROS
Como he
señalado, es habitual encontrar un alter
ego del autor en varias (muchas, casi todas) de sus obras narrativas. Éste,
un tal Pedro Juan es una especie de pícaro que vive en la Cuba posterior al
derrumbe de la Unión Soviética. Una supervivencia difícil le obliga a ser un
buscavidas, aunque tiene tiempo para la diversión (si es que vale llamar así a
sus encuentros sexuales) y el “oficio” de narrador, donde hay un desdoblamiento
del personaje/autor. Se escribe y se describe. Pedro Juan es explícitamente un
tipo dostoievskiano, cargado de desarraigo en todo sentido. No se compromete
políticamente, ni literariamente, ni afectivamente. Todo él es, en palabras del
autor “una salida, una válvula de escape” (Gutiérrez: 2015). En él hace carne
la literatura como conflicto, la angustia descripta por Bloom encuentra su
centro de gravedad en él y lo aturde hasta hacernos sentir que somos parte de
ese universo sórdido. Los Pedros Juanes son reflejos de sí, “son habitantes que
hay dentro de mí”. (Gutiérrez: 2015) De todas maneras, si bien hay un enfoque
realista y cruel de una realidad que existió y probablemente exista en Cuba, no
pretende ser un autor de Tesis. No vemos una búsqueda de Literatura pedagógica.
Solamente hay una visión cínica que parte del pesimismo de Pedro Juan. Volvemos
a Bloom. No hay interés de trascender desde el compromiso social, pero sí desde
el arte per se. Gutiérrez plantea que
él es un escritor minimalista, una especie de Quiroga que quiere sacar todo lo
accesorio del texto. Si bien admira a Lezama Lima y Carpentier, no se considera
en la misma línea, por supuesto. Asevera que “No es que yo sea un enemigo de la
literatura hispanoamericana clásica, pero casi”. (Gutiérrez: 2015) Tremenda
confesión para un estudio de lo canónico y anticanónico. Vale decir que, en
esta ecuación ficción – realidad, y habiendo visto y leído entrevistas y
algunos ensayos de Gutiérrez, le viene absolutamente perfecta la expresión: es todo un personaje.
PEDRO JUAN Y EL CONFLICTO.
Este
tema es explícito en las entrevistas y textos vinculados a la teoría de la
Literatura. Quiere aportar algo diferente al discurso dominante. Se considera
rebelde, opuesto al sistema y absolutamente agresivo con él. El parricidio en
su máxima expresión literaria. ¿El precio a pagar? La crisis. No solo con el
resto del universo de la literatura que lo rodea -ya hemos visto que, por
ejemplo, su Trilogía Sucia no fue publicada en Cuba- sino consigo mismo.
Pretender entrar en las zonas oscuras de la realidad, con una insistencia
constante en lo sexual, en lo escatológico, en lo violento. Es un ejercicio que
va más allá de la proyección y sublimación freudianas. Hay, además, una cuota
de resentimiento, de dolor que escapa y el propio autor no pretender enfrentar:
“escribir cuentos y novelas me cansa mucho” (Gutiérrez: 2015).
En un
ensayo titulado Viejas tesis sobre el
cuento, Gutiérrez nos acerca una idea de simpática ingenuidad, la de
olvidar todo lo aprendido para escribir desde cero. Se coloca en contra de una
posible pedagogía de la literatura y plantea que es “anti talleres de
escritura” (Gutiérrez: 2000) La angustia provocada por el sentirse escritor, lo
ubica en una fantasía sádica: la del escritor activo frente a un lector pasivo
que se deja llevar hacia donde él quiere. Esto tiene que ver con lo que él
considera verosímil, la articulación entre realidades y ficciones, de manera
tal “que no se vean las costuras”. De ahí que el éxito del texto esté en cuán
impresionable sea el lector, cuánto crea de lo leído y sobre todo, que no se
aburra. Finalicemos con su visión sobre el escritor: “El escritor verdadero […]
es aquel que logra mantener la osadía, audacia y valor para retar a los demás a
seguirle sin miedo”… “no importa el precio que tenga que pagar”. (Gutiérrez:
2001)
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Televisión
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Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=51G5JmCTtB4.
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